«A Grandes Males…». Argentina, 1924.

Mi mamá política (no la llamo suegra porque es peligroso) quiso una noche escuchar radio y eso me agradó. Ella es refractaria porque dice que a causa de la radio, olvido que soy casado; que hago más caso a los aparatos que a mi mujer, que no hay más paseos ni teatros que la radio y qué se yo cuantas cosas.

Me alegró, pues, cuando ella pidió los teléfonos. ¿Habría reconciliación?. Todo dependía del programa. Yo también me coloco un «apreta orejas» y escucho ansioso, mirándola de reojo.

Y empieza el programa de bailables: solo de piano por X; piano solo por A; tango para piano, por su autor… (¡como echamos de menos los discos! Si volvieran los felices tiempos de Carpinacci, Ariel, Quevedo!…).

Y seguimos escuchando. La voz del «speaker» recomienda no beber alcoholes bajo ningún rótulo; cualquier cantidad, por insignificante que sea, es veneno y recomienda «tomar» agua mineral marca H. Mi mamá política me mira y sonríe. Yo cierro los ojos.

Sigue la transmisión. Cantan un tango nada discreto, casi verde. Ella frunce el ceño y refunfuña:  ¡qué cultura!. Yo callo.

Cuando termina el bendito tango, la voz del «speaker» recomienda empeñosamente tomar una copita de cognac después de cada comida, como remedio indicado para asegurar una buena digestión. Yo miro a mi mamá política y sonrío. Ella frunce la frente y entorna los ojos… Es el barómetro que anuncia tormenta.

Sigue piano sólo y solos de piano. El pianista parece aburrido; cada calderón dura un minuto y la sordina se aplica con abuso; a veces apaga totalmente el sonido. Se escucha a alguien que silba bajito… otro que canturrea… Yo no sé cómo
disculparme ni cómo justificar mis largas horas de vigilia frente al aparato, los pesos gastados, las desatenciones con mi mujer…

El «speaker» anuncia que los mejores anzuelos para pescar se fabrican en el gran establecimiento de Z, calle tal, n.° cual. Ella ríe a carcajada nerviosa y me pregunta: ¿has probado tú los anzuelos?

Espero pacientemente que algún número valga más de dos centavos, para reconciliarme en algo con mi parienta, pero estaba de Dios que todo iría mal esa noche: el doctor F empieza una conferencia sobre enfermedades…

Mi mamá política, descuelga ceremoniosamente los teléfonos, hace fina reverencia y presentándomelos dice: «¡te los regalo!»

El lamentable programa de aquella noche tuvo una virtud: fue «la piedra fundamental» de la Asociación Argentina de Broadcasting, que muy en breve transmitirá sus programas selectos.

Plumita.          


  • Revista Telegráfica, Buenos Aires, Argentina, pag. 147,  mayo 1924. (Archivo Horacio Nigro Geolkiewsky/LGdS).
  • Nota: El autor hace referencia «a los buenos tiempos de Carpinacci, Ariel, Quevedo». Eran los apellidos de radioaficionados, que en los primeros años de la radio,  cuando no comunicaban entre ellos, pasaban discos en sus trasmisiones. Algo que fue posteriormente apropiadamente reglamentado y concretamente… prohibido.
  • Las ilustraciones utilizadas en esta entrada son meramente referenciales.
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