Perfume de Radio. (Miguel Ghezzi, LU6ETJ (SK).

Cuando era pibe puede decirse que la radio «olía». Un técnico podrá explicarles que tal olor se debía a mixturas de bakelita caliente, cera de condensadores, barniz de bobinas y transformadores y resinas; seguramente es cierto, pero yo sostengo que para algunos hay allí algo parecido de algún modo a la insondable esencia que hace a la madre reconocer el lazo que la une a su bebé; un asombroso aroma que se remonta más allá de la química o las moléculas, porque definitivamente la radio olía a aventuras y viajes de la imaginación…

Humi estaba enamorado del aroma que surgía de los equipos americanos de guerra; me los acercaba al rostro gesticulando con ojos encendidos -Olé, Miguel, olé; lo sentís?-

No negaré que aún hoy busco en los aparatos aquel romántico y prometedor bálsamo.

(Es notable observar como la segunda mitad del siglo XX transmutó en turismo las hazañas y exploraciones de gigantes -la radio no sería una excepción-, aquel fantástico y azaroso mundo de Richard Burton, Marco Polo, Vasco de Gama o Erik el Rojo se rindió ante un ordinario trozo de oro en plástico y una cámara de bolsillo, igual que el de Maxwell, Hertz, Marconi y Lodge frente a un teléfono móvil o el de los hermanos Wright a un vulgar vuelo de cabotaje).

Infinitos diálogos radiotelegráficos, trinos de ignotos teletipos y amistosas voces se enredaban con docenas de artificiales murmullos que conjurados con ecos de lejanas tormentas encendían la imaginación, componiendo esa sinfonía fantástica que algunos afortunados eran capaces de apreciar en su feérica magnificencia.

La noche y la radio de onda corta daban lugar a una cuasi-mística experiencia infantil, una tarde de abúlica siesta estival sacaba del aparato extrañas y a la vez familiares voces hablando con lejanos y para mi, inaudibles interlocutores.

-Son radioaficionados- me explicaba mi hermana en la casa de la calle Ancón -nuestro padre también lo era ¿sabías?- Si, lo sabía… pienso que junto al primer biberón llegó ese conocimiento y a mi mente azorada los radioaficionados se le figuraban geniales personajes de Las Mil y Una Noches capaces de viajar por todo el mundo en alfombras eléctricas.

Si, la radio olía, olía a ensueños de pibes que aprendieron a correr aventuras abordo de libros de Salgari, Verne o Amicis tanto como a fresca tinta de la última «mexicana» de Novaro o El Tony de la Columba.

Descubriríamos con el capitán Nemo, Robur, el profesor Lidenbrock o el ingeniero Scotty (nuestros hijos tal vez con el doctor Jones o Who) que junto con la fantasía también había una ciencia y que la de verdad no quedaba atrás en encanto y maravillas, porque detrás de los Nautilus o Enterprises de cuentos hay un mundo de verdad: el de los sueños de niños hechos hombres, realidades que nacen unas veces en un taller casero, otras en tableros de dibujo de empresas, laboratorios de universidades o ¿por qué no? en mundos paralelos como los exitosos diseños de la compañía “Saunders-Vixen”.

Las aventuras de niños y hombres suelen ir acompañadas de exóticas y evocadoras fragancias: dope, papel de barrilete, alcohol metílico y ricino, resina de soldadura, hidrocarburos, barniz y madera de barco, chispas, humo de coke y grasa de vaporeras en las vías del ferrocarril. Por eso, como el señor William Finch sigo subiendo cuando puedo a mi buhardilla a oler de tanto en tanto un Perfume de Radio…

73. Miguel Ghezzi, LU6ETJ (SK) (dedicado a Alberto Silva, LU1DZ) (SK)

Foto cortesía Grupo Argentino de CW (GACW, Buenos Aires, Argentina.

Esta entrada fue publicada en 2014, Argentina, componentes electrónicos, Documentos, Onda Corta, radio, Radio Aficionados, radio de Onda Corta, Radioafición, Radioescucha y etiquetada , , , , . Guarda el enlace permanente.

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