Caos y congestión en el dial de la radiodifusión argentina de los 30s.

Durante los años 30, la radiodifusión en Argentina experimentó una gran expansión y al mismo tiempo enfrentó importantes desafíos en cuanto al caos y el ordenamiento de su funcionamiento.

Por un lado, se produjo una proliferación de estaciones de radio, muchas de las cuales operaban sin licencia y emitían señales sin regulación. Esto generó un ambiente caótico y de competencia desleal entre las distintas emisoras. A su vez, la falta de regulación también dificultaba el control de la calidad de las emisiones y la protección de los derechos de autor.

Por otro lado, el gobierno argentino se esforzó por establecer un marco regulatorio para la radiodifusión. En 1930 se creó la Dirección de Radio, que tenía como objetivo controlar el uso del espectro radioeléctrico y regular la actividad de las emisoras. En 1933 se sancionó la Ley de Radiodifusión, que establecía un sistema de licencias y regulaba la publicidad en las emisiones.

A pesar de estos esfuerzos, la implementación de la regulación no fue fácil y se enfrentó a resistencias y presiones por parte de los sectores interesados en mantener la situación de desregulación. Además, la ley no pudo evitar totalmente la emisión ilegal de señales.

En resumen, la radiodifusión en Argentina en los años 30 fue un campo de tensiones entre la expansión y el caos por un lado, y el ordenamiento y la regulación por otro. Estas tensiones tuvieron un impacto significativo en la forma en que se desarrolló la radiodifusión en el país.

Se transcribe el texto de la columna editorial de Revista Telegráfica, junio de 1929:

Desde el año 1921 en que se inició la popularidad de la radiotelefonía, experimentalmente primero y como verdadero servicio público después fueron notadas muchas deficiencias de órden técnico y artístico que el buen criterio de las autoridades supieron tolerar para bien del progreso de la radiodifusión.

Con el aumento de las estaciones, poco después, se empezaron a notar serios inconvenientes agravados por el criticable empeño de instalar potentes trasmisores en pleno centro de la ciudad.

El 16 de noviembre de 1928, el Ministerio de Marina, por el Servicio de Comunicaciones Navales, decretó el traslado de las broadcastings fuera de la Capital.

Mapa publicado en Revista Telegráfica, de mayo de 1930, ilustración de un artículo de Segundo Acuña, referido al traslado de las emisoras fuera de la zona céntrica. La ciudad de Buenos Aires, íntegra, debía quedar fuera de las zonas en tal forma anuladas, por las estaciones, para la recepción cómoda. Consecuentemente, surgió otro problema: «Se concedieron autorizaciones para elevar trasmisoras a las puertas mismas de la ciudad, a menos de cien metros de la Avenida General Paz, de Circunvalación. La mayoría de los trasmisores se ubicó en la zona noroeste, causando «blanketing» de las mismas. La idea del Capitán de Navío Orlandini, uno de los mejor inspirados en el tema radiocomunicaciones preconizaba la creación de una «Radiolandia» en Monte Grande, donde se disponía de energía suficiente para todas las estaciones no solamente en funcionamiento en aquél entonces, sino las que pudieran llegar a funcionar en el futuro, y sin que molestasen a nadie, salvo que excedieran los 10 kW normales en antena».

El dignísimo y capacitado marino que tenía a su cargo el control de las broadcastings ponía en juego toda clase de gestiones para remediar las fallas de todo orden, a veces con éxito y otras sin él, pero haciendo primar siempre un elogiable espíritu contemporizador de funcionario civil antes que de rígida disciplina militar.

La inflexible ley de la armada que obliga a la rotación del mando, alejó a ese marino por un largo período de tiempo del servicio de su predilección y otros, menos entusiastas que él, lo reemplazaron.

El número de broadcastings aumentaba incesantemente y se produjo el caos, sin que el Servicio de Comunicaciones Navales pudiera hallarle solución,  pesar de la prédica incesante de la prensa diaria.

Las estaciones se interferían intencionalmente; aumentaban potencia y sobremodulaban con el único propósito de tapara la rival; trasladaban sus transmisores más al centro y como no fuera suficiente, algunos aficionados sin licencia oficial hacían servicio de broadcasting. 

«Noticias de las Broadcastings», en Revista Telegráfica, Buenos Aires, Argentina, mayo de 1930.

Como corolario a este desorden, los tangos, monólogos y dúos arrabaleros, atrevidos o pornográficos culminaban en los pésimos programas, levantando toda clase de protestas. Los aficionados por su parte, ni se tomaban la molestia de renovar sus licencias y cada cual trasmitía con la característica que se le ocurría o sin ella, en la onda que le resultaba más cómoda.

El servicio radiotelegráfico público, a cargo también del Servicio de Comunicaciones Navales, malo dsde hace años, empeoró notablemente a tal punto que la totalidad de los radiotelegramas que los pasajeros dirigían desde a bordo con destino a Buenos Aires eran recibidos por la estación uruguaya Cerrito.

Tal era la situación, descrita a grandes rasgos, a fines del año 1927.

En el número correspondiente a mayo de 1930, de la misma publicación, se toca el tema nuevamente:

Desde las páginas de la Revista Telegráfica hemos señalado todos estos defectos en múltiples oportunidades, indicando las soluciones más razonables sin menoscabo de ningún funcionario de ninguna autoridad, basados en el convencimiento de que el mal radicaba en la reglamentación y en los recursos disponibles y no en la incapacidad de los funcionarios.

LOS PROGRAMAS ARRABALEROS.

La campaña tenaz emprendida por Revista Telegráfica contra la propalación por las estaciones de broadcasting de canciones y diálogos arrabaleros, indecentes o procaces, tuvo éxito feliz, mediante la buena voluntad de los directores artísticos organizadores de los programas y la eficaz intervención de la Dirección de Comunicaciones Navales encargada, hasta fines del año anterior, de controlarlos.

Cuándo parecía que nos encaminábamos definitivamente hacia la moralización efectiva en las audiciones radiotelefónicas con evidente beneficio para la cultura de nuestro país y popularización del broadcasting, volvemos a notar la inserción de números bastantes desagradables  por el subido color verde, destacándose un dúo cómico-ridículo y vuelven otra vez á escucharse algunos tangos con letras que reflejan el lenguaje, vida y costumbre   del hampa, todo lo cual resulta poco apropiado para ser escuchado por familias y especialmente por niños, tan dispuestos siempre a aprender toda clase de canciones.

Sabemos que la Dirección General de Correos y Telégrafos controla a toda hora las transmisiones de broadcasting, pero no tenemos conocimiento de que haya comunicado a los dueños de las estaciones la violación reglamentaria que cometen y que puede dar lugar hasta a la denegación de los permisos que están en trámite. Posiblemente esas personas ignoran la falta en que incurren y seda injusto adoptar medidas de rigior sin aviso previo.

Lo menos admisible sería que los funcionarios fiscalizadores anotaran las anormalidades y las carpetas se archivaran sin más, trámite. . .

La acción moralizadora debe hacerse sentir sin blanduras, si se quiere hacer algo por la cultura argentina.

EL CASO DE LOS OYENTES DE CÓRDOBA

Son muchas las quejas que formulan los radio oyentes de Córdoba y especialmente los que viven en Alta Gracia, Capilla del Monte, Calera, Malagueño, etc. sobre los programas que irradia la broadcasting local tan pobre de arte como rico en anuncios.
Unos observadores señalan el hecho ocurrido hace pocos días en que, durante las cuatro horas y media del horario de la tarde se transmitieron en total, como único programa, veinte discos y sesenta y un anuncios!.

Nada sería si el desgraciado oyente pudiera librarse del tormento que significa tan furiosa propaganda, escuchando las relativamente menos mortificantes de Buenos Aires, pero la sintonía excesivamente abierta no lo permite, hasta después de las 23 y 30 en que termina la local.

Los habitantes de Córdoba poseedores de aparatos receptores tienen derecho a la protección del Estado y es lo que reclaman.

ANUNCIOS SIN PROGRAMA

A pesar de la reglamentación vigente y de las disposiciones adoptadas por la autoridad controladora, algunas broadcastings abusan hasta lo intolerable de la propagación de anuncios.

Es frecuente comprobar que entre dos piezas cortas se intercalan cuatro o cinco anuncios,  algunos de ellos tan extensos que sobrepasan en mucho el límite fijado.

No sabemos si la tolerancia aumenta cada día que pasa o si los empleados dedicados al control sufren una posible amnesia producida por la continuada función del tímpano.

Bueno es recordar que los anuncios se toleran si son pocos y discretos; cuando son abundantes  y kilometricos aburren irritan y predisponen mal al oyente que ha supuesto siempre, al comprar su receptor, que lo utilizaría para escuchar programas culturales y artísticos con algunos anuncios. Nunca supuso que tendría que escuchar anuncios sin programa.

En el número de enero de 1927 de Revista Telegráfica se comentaba la situación planteada por la proximidad de las estaciones Buenos Aires, Dársena Sud y Dársena Norte, las cuales trabajaban casi continuamente con sus equipos de ondas amortiguadas, molestándose mutuamente en su servicio.

En aquella oportunidad se vertieron opiniones sobre la mejor forma de solucionar el conflicto que, por otra parte, surgía lógicamente a poco que se observaran las dificultades presentadas y la naturaleza del servicio a realizar por cada una de las estaciones interesadas.

Dos años después, en 1929 se llevaron finalmente a la práctica las sugerencias vertidas oportunamente en la revista, «que por ser sinceras y meditadas estaban de antemano destinadas a caer en saco roto».

Recordemos qué es lo que sucedía en 1927; cuáles fueron las medidas aconsejadas, y a qué conclusión práctica se llegó en 1929.

Una de las críticas que se podían leer en las crónicas de esta época refieren a

la falta de variedad de que parecen en general nuestros programas de broadcasting, al punto que toda nuestra música popular de radio se podía sintetizar como bailable únicamente. Tal es la cantidad de tangos, etc., que a toda hora y mejor dicho, a toda fuerza, es dable escuchar. 

Una variedad que puede introducirse fácilmente para romper la monotonía desesperante de esos programas, en lo que a música popular se refiere, sería la inclusión de los números de carácter esencialmente nativo que forman el rico folk-lore argentino.

Popularizar esas canciones, donde palpita aún el espíritu nacionalista, esencial e íntimamente nuestro, sería hacer obra realmente argentina. Porque, por donde más puede conocerse el carácter de un pueblo es por sus canciones, que cuando son como en este caso plenamente sentidas y espontáneas revelan más, mucho más, de todo lo que pudiera decirse o escribirse directamente.

Canciones que reflejan el fácil pero sincero sentir de gentes sin complicaciones, donde aún parece escucharse la influencia de la sutil melancolía aborígen, canciones que son símbolos como es el ombú, canciones en que palpita la tradición fielmente seguida.

Esas canciones, merecen tanto o más el popularizarse que los bailables, productos del alma de una ciudad esencialmente metropolitana, turbulenta, práctica.

Estamos ya hartos de no oir por radio más que engendros que no son otra cosa que la apología del vivir y decir de los arrabales.

La intención manifiesta, era apoyar desde las páginas de novedades radiofónicas…

a aquellos artistas de broadcasting que se especialicen en la interpretación de música nativa, lo que ya por sí sólo es una poderosa razón para destacarlos.

Revista Telegráfica, Buenos Aires, Argentina, junio de 1929. (Archivo Horacio Nigro Geolkiewsky/LGdS).

(Ibidem).

RADIOAFICIONADO EN PROBLEMAS

Siguiendo con Revista Telegráfica de junio de 1929, se lee la siguiente nota:

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