«Solfa Maligna». Waldemar Prömmel, (Argentina, 1927).

Hacia 1927, al cumplirse el quinquenio y en el florecimiento del nuevo medio, la Radiotelefonía, ya alcanzada suficiente pero siempre creciente popularidad, con la consolidación de una  audiencia fiel y estable, habrá de generar las primeras críticas en cuanto a una crisis ético y moral en los contenidos programáticos, donde la discutible calidad  que estaban ofreciendo en ese momento las «broadcastings» es puesta en evidencia.

Se transcribe un comentario aparecido en marzo de 1927, la Revista Telegráfica, con la firma de Waldemar Prömmel.

Las llamadas «LO», letras distintivas -en ese momento- de las estaciones de radiodifusión en Argentina, con contenidos chabacanos amparados en criterios comerciales, merecen, a juicio de este comentarista, una reacción ante el evidente menoscabo de valores éticos y sociales.

(Nota: las ilustraciones son contemporáneas de la prensa de aquellos años, aunque meramente referenciales).

Desde más de un quinquenio evoluciona entre nosotros el broadcasting; bien puede hacerse, pues, un pequeño balance para conocer el saldo líquido que haya dejado en pro o en contra del progreso y cultura nacionales.

Si — como consta desde luego —ingentes fueron los esfuerzos de nuestras L.O., es inegable que los del pueblo fueron mucho mayores, porque a éste le guía un ideal estético y científico, y a aquéllas un interés. Pero por infortunio, el interés es siempre corruptor en algún sentido o dirección, sin el norte de algún ideal, y sin la guía de un sentimiento superior, cuya falta lo lleva a la quiebra moral o material.

A la larga, el interés queda sin satisfacer; y la amplia estela que deja, es de pura negación.

Parece que se sufriera de una gran confusión de conceptos — disculpables si se quiere al principio de una tan sorprendente innovación como lo fue la radio, en la liberación general humana. Pero no hoy, pasado el primer estupor, y generalizada la nueva conquista del saber.

Como primer concepto falso conviene señalar la creencia de ser la música, casi con exclusividad materia de difusión, como si nada más que música hubiera producido el ingenio humano ascendente. La venganza del error no pudo demorar, y siendo la más inferior de todas las artes, por dirigirse en hombres y animales directamente al sentimiento, sin antes pasar por el filtro del entendimiento, arrastró bien pronto en su decadencia a la poesía.

Parece haberse creído que en música no hay gradaciones de calidad, y ya lejos del clasicismo, se echó manos cada vez más de lo inferior, primero irritante, y luego chocante para llegar hoy a lo directamente reprochable.

Las manifestaciones primitivas — malsanamente pasionales — del arrabal; los lagrimones de los malevos lloricones, los lamentos de mesalinas en preparación, el sensualismo africano, no pueden pasar por música ni engalanarse de poesía; y siendo mayormente importados, izan nuestra bandera nacional a pura traición, como si no se supiera que en la limpia alma nacional no tienen cabida tales impurezas, ni la ruindad, ni la perversión ni la lujuria, por ser esta alma nacional esencialmente limpia en su origen ético, histórico y social.

El interés del aviso — muy aceptable, útil y agradable dentro de una mesura normal — y que parece ser causa directa de tan grande desvarío, no debe seguir cobijando tanto desacierto. Además, se equivoca grandemente, porque el dial tan fácilmente rotatorio, pasa con repulsión encima de lo antiestético, en persecución del eterno ideal y de lo eternamente bello.

La muchedumbre, buscada por tal medio ruin, da la espalda al aviso; y aún si así no fuera: en nuestra injusta organización social, esa misma muchedumbre carece de poder adquisitivo, que permanece siempre con la clase media y la superior, que tanto sufren bajo la imposición de todo lo bajo e inferior, destinado para halagar populachos. La especulación del interés, pues, sobre el populacho, resulta perdedora y errónea.

Pero además de esto, y tras de estar la sociedad en gran deuda para con el pueblo — se comete una nueva injusticia con él, reteniéndole lo bueno y lo superior, para servirle al por mayor un manjar sentimental falso y putrefacto.

Es en nuestro tiempo moderno la segunda instancia, — siendo el cinematógrafo la primera — que por un muy subalterno afán de halagar, se quita a una exquisita invención su gran educador, y la posibilidad de mejorar; está bien para pueblos faltos de toda emotividad; pero está muy mal para el nuestro.

Si los directores artísticos vieran el empeñoso afán, con que el buen pueblo acepta, asimila y agradece todo lo bueno y superior, que alguna vez quieran brindarle, tengo por cierto que no se empecinarían de persistir con tanta exageración en lo vulgar, ordinario, inferior y pernicioso, negándole al pueblo la cultura de corazón y de espíritu.

Ello nos resulta de una injusticia clara, mezclada de sordidez reprochable, porque quieren obligarlo a bañar su alma a diario en un charco de todo lo bajo, de todo lo exótico y de todo lo vil, sin distingo, examen ni criterio. Se olvida que la misma libertad del aire obliga a una severa disciplina propia: se olvida que no hay derecho, so pretexto de halagar a los más, hacer insistentemente obra irritantemente antiestética, y por lo comprometedora, antinacional; y se olvida que los preceptos de la moral y de la belleza — ya sean escritos o no —son eternamente fijos, invariables y duros en todas partes, en toda ocasión y entre todas gentes.

¿Se desengañarán? ¿No se desengañarán? No es posible saberlo, pero es de esperar que la ciencia no les ha de entrar recién por el bolsillo; y con ella el respeto que se merecen en nuestra vida de relación los hombres y las cosas; el respeto que se merece la mujer y el niño, y finalmente el respeto que se merece la Nación, cuyo prestigio intelectual, artístico y sentimental comprometen de manera muy grande en todo nuestro continente, ante quienes están facultados para juzgarlo.

Prescíndase pues, en buena hora, del morbus de esta solfa indigna y maligna, en favor de la calidad; prescíndase de pseudo-música y de quejidos primitivos sobre instrumentos más primitivos aún, en favor de la palabra hablada: el único medio humano distintamente propio, de comunicación y de progreso tan necesario aquí como en cualquier parte, y que al cabo de cuentas, cuesta menos sin irritar tanto al gran auditorio invisible, muy  indignado ya por tanta innoble prepotencia, y cuya impaciencia activa no conviene a nadie seguir provocando. 

Waldemar Prömmel, Jaramillo 2330, Buenos Aires.

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