Uruguay: «75 de «El Espectador». (Raúl Barbero, «Rebar», «Según pasa el tiempo», diario «El País». (1998).

Un pedazo de la mejor historia de la radiotelefonía en el Uruguay

75 de «El Espectador»

El aniversario que está celebrando CX 14
EL ESPECTADOR rebasa los límites
jubilosos de la empresa, y alcanza
singular resonancia en los anales de la
radiotelefonía uruguaya. El autor de esta
nota evoca con emoción, a los hombres
que alternaron en los albores de la
emisora, forjando los primeros eslabones
de una rica trayectoria que encuentra, en
su gente de hoy, eficaces continuadores.

Cualquier historia que se pretenda trazar de la radiotelefonía de nuestro país, tendrá que asignarle a Don Emilio un capítulo relevante. Junto a Don Claudio Sapelli y a los fundadores del Radio Club del Uruguay en agosto de 1922, Elena integró la primera legión de entusiastas cultores del invento que Guillermo Marconi legara a la posteridad allá por 1901.

Su temprana vinculación a la Compañía General Electric la permitió proveerse del material que la poderosa organización estadounidense comenzaba a distribuir por el mundo, en plan de expansión que incluía a la radio como nuevo y promisorio vehículo industrial, llamado a actualizar los métodos de la comunicación.

Instalada su filial en Montevideo sobre finales de la Gran Guerra —y dispuesta a retornar el ritmo de la paz con realizaciones que propendieran al progreso de la humanidad—la empresa convocó a jóvenes técnicos para que adhirieran a esa política; y así aparecieron un día por sus oficinas de la esquina de Uruguay y Ciudadela, Elena y Sapelli con excelentes cartas de presentación suscritas por docentes de probada autoridad.

Con Elena mantuvimos, por años, una cordialísima relación que al borde del mantel rotario se expresaba martes tras martes en los almuerzos del club montevideano. Supimos, entonces, de los comienzos de aquella broadcasting que por el año 1923 inició una trayectoria que se está festejando con el brillo que merece. Y quiso el destino que, a partir de 1931, los relatos de Don Emilio estuvieron asociados a pasajes de CX 14 de los que fuimos testigos, e incluso vivimos en muchos casos.

LA CASITA DE JOAQUIN REQUENA

Al entrar el decenio de los 30, la 14 era la GENERAL ELECTRIC. Fue el 15 de mayo de 1931 que la onda cambió su denominación por la de EL ESPECTADOR, aunque
previamente hubo un período relativamente breve en que, para ir aclimatando al público al nuevo nombre, la “estación” se anunciaba CX 14 EL ESPECTADOR GENERAL ELECTRIC.

Sólo medio año había transcurrido de esa fecha, cuando un día de noviembre del 31 (el 19, exactamente) por los caminos de la infancia llegamos a la legendaria casita de Joaquín Requena 3033, para conformar una audición dedicada a la niñez que pasaría a trasmitirse los jueves y domingos al mediodía, en un espacio de quince minutos integrado al programa “La Hora Meridiana” que dirigía Don Guillermo Millot, un notable tenor aficionado que con el seudónimo de “El Mirlo” deleitaba a la audiencia con las más exigentes arias operísticas o las más conocidas canzonettas italianas. Dos pianistas se alternaban en su acompañamiento: “Teddy” Lazcano y Juan Carlos “Pirulo” Barthe.

Lo curioso del caso era que, para secundar a un intérprete de tales géneros, se turnaban un fanático del jazz —‘Teddy”— y un devoto de la música típica —“Pirulo” Barthe— autor de la letra de “Gacho gris”, uno de los grandes sucesos del repertorio gardeliano.

No importa aquí lo que nosotros hayamos podido hacer, bien, regular o mal. A lo que vamos es a la evocación de los personajes que fuimos conociendo en los primeros años de EL ESPECTADOR, cuando varias audiciones se dividían el elogio popular por la capacidad de los valores que las conformaban.

“EL RADIO DIARIO’’

Fue un invento de Don Emilio Elena. Tuvo de reunir a unos cuantos elementos que venían destacándose en el periodismo de la época, y sentarlos frente a un micrófono para charlar de lo que se les ocurriera. Convocó primeramente a Juan Carlos Faig, un bancario que sobresalía en la prensa con sus comentarios humorísticos sobre el fútbol que ya se había consagrado por dos veces Campeón Olímpico, y en otra, Campeón Mundial. Con el seudónimo de “El Cojo Quiñones” aportaba una nota jocosa, por encima del dramatismo de una voz grave, hecha de madrugadas y tabaco. Luego de un lapso en que desfiló gente que luego sobresalió en Carve, el equipo de Radio Diario EL ESPECTADOR se consolidó con incorporaciones importantes que no tardaron en darle un perfil particular, de enorme receptividad.

La Troupe Ateniense había clausurado su cartelera teatral en 1930, y algunos de sus más famosos integrantes buscaron en la radio un nuevo cauce para su gracia. Víctor Soliño y “Lalo” Pellicciari marcharon a la 14 con uno de los grandes pianistas que tuvo el conjunto —el “Negro” Juan M. González, al que bautizaron “Carbonilla”— para cimentar un núcleo que se complementaría con dos periodistas de fuste: los hermanos Julio y Nebio Caporale Scelta.

La presencia de Vicente Basso Maglio se tornó fundamental. Poeta que se deslizó por la corriente renovadora de los ’20, podía “bajar a la Tierra” y trasladar su lirismo a los prosaicos asuntos del día, para tratarlos con fina ironía a través de un caricaturesco genovés —filósofo en frutas y verduras— que con el apodo de Barba Ghigin interpretaba magistralmente Lorenzo Balerío Sicco, posteriormente uno de los grandes broadcasters de prestigio continental.

Ahí empezó Luis A. Sciutto (“Wing”) su clase de lunfardía. Era el cronista del tablón que llegaba a la radio para cambiarse las alpargatas por brillosos charoles y volcar su prosa tamanguera con toda la riqueza conceptual del que había aprendido en las canchas, vistiendo la blusa alba, el lenguaje macho de las trenzadas bravias. Una lesión incurable lo radió de la actividad futbolera, para ubicar lo en el lugar de los “charletas» incomparables.

Llegaron otros puntos altos: un estudiante de Derecho, “El Pope”, luego el distinguido abogado Enrique Centrón: el maestro Mario Petillo, agudo censor como “El Comandante Perera”, el mercedario Ignacio Domínguez Riera, con el mote de “El Botija»… que no debía confundirse con otro botija —el pibe “Pirulo”— que Héctor Fígoli empezó protagonizando con el anticurrículum de un chiquilín travieso, callejero, y terminó convirtiendo al personaje en un ser humano excepcional, volcado a campañas sociales que beneficiaron a miles de niños con cruzadas del abrigo y la educación; fue el gestor de la “Escuela Pública abajo de la Olímpica”, una necesidad barrial qüe pudo satisfacerse gracias a su empeño y al eco que halló en la audiencia.

SOLIÑO Y LOS CAPORALE

La Troupe Ateniense había clausurado su cartelera teatral en 1930, y algunos de sus más famosos inte grantes buscaron en la radio un nuevo cauce para su gracia. Víctor Soliño y “Lalo” Pellicciari marcharon a la 14 con uno de los grandes pianistas que tuvo el conjuntó —el “Negro» Juan M. González, al que bautizaron “Carbonilla»— para cimentar un núcleo que se complementaría con dos periodistas de fuste: los hermanos Julio y Nebio Caporale Scelta. La parte de avisos y canciones en serio y en broma, quedaba a cargo de Luis Viapiana, el inefable “Chichilo” que exhibía con orgullo su antecedente de primer “speaker” que hubo en el país.

“La Hora Popular” cubrió, por años, el mediodía de EL ESPECTADOR. Alrededor del eje de “la solfa del día” por “Ladrillo” (Víctor Soliño) giraba un rico menú humorístico que “Pimentón” y «Pimienta» (Julio y Nebio,respectivamente) condimentaban mientras transcurría el almuerzo hogareño.

EL CIRCO AEREO

A poco de haber inaugurado CX 14 su nuevo nombre, surgió “El Circo Aéreo” a fines de octubre del 31. El dominador de la andariega “carpa” era “El Capitán Acreimlam” —Alberto D. Malmierca— que se rodeó de unos cuantos ejemplares “payasescos” que compaginaron un espectáculo que el público siempre imaginó entre trapecistas y “ecuyeres”, aún cuando todo se realizaba en el espacio limitado del estudio radial.

Por la “pista” desfilaron cantores, cancionistas, actores que estrenaban dos o tres sketches por noche, completando una función genuinamente revisteril que no dejaba segundo para el aburrimiento. Participamos del elenco por más de un lustro, y con él viajamos por varias localidades del interior de la república, donde los más populares personajes, (“Tristenia” y “El Niño prodigio”, representados por el propio “Acreimlam”: el Negro y el Comandante — Antonio Nípoli y Raúl Flores—) lograban estruendosas manifestaciones de aprobación por públicos que agotaban las localidades en cada presentación.

OTROS EXITOS

“La Hora del Tango” y “La Jaula Dorada”, eran programas del atardecer dedicados a las melodías en boga, fundamentalmente el tango y el bolero de mediados de los ’30.

Cualquiera fuese el cantante que actuare, allí estaban aportando su magia en el teclado “Pirulo” Barthe o Walter Alfaro. Dos verdaderos lujos como pianistas y como personas, que imponían su magisterio sin poses, trasmitiendo todo lo que sabían —que era mucho—para el lucimiento de los vocalistas.

Walter estará presente en las celebraciones de EL ESPECTADOR y como es su costumbre, este innegable talento dirá que fue un modesto colaborador de esta gran historia de 75 años que la gente de radio, especialmente, pero más que eso la ciudadanía toda, recibe con aplausos agradecidos, entre los que se mezcla el de “EL PAIS” con jubilosa sinceridad.


Publicado originalmente en el diario «El País», Montevideo, Uruguay. Lunes, 14 de Diciembre de 1998.

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